La escritura siempre ha aparecido en el momento justo para salvarme la vida. Sucedió cuando era tan pequeña que aún no lo sabía, ocurrió en Londres con la llegada de Buru y ahora nace de nuevo dentro de mí. Tuvo su primer intento con la historia de Yaza, pero ahora de verdad ha roto el cascarón y desplegado las alas al ocurrírseme la ridícula idea de hacer una novela de Zoroastrismo para chavales. Aunque, esperemos, no se llamará así.
Ahora de repente tengo a Firuz, a Zâiri, a Erethe, a Azar, a Dasvare y al hijo de puta de Dahag. Los tengo a todos y el sistema de trabajo que me permitió desarrollar El rey pastor da sus frutos y me produce muchas alegrías. Han venido a sacarme algunas de las espinas que tengo clavadas en los ojos y que no me dejan ver. Cada uno en mi cabeza con su maravillosa y única forma de ser y de entender el mundo. Y la ternura que desprenden me empapa y me ayuda a ser mejor persona. No sé si para ellos o para mí, pero desde luego edulcoran esta versión agria y ajada que últimamente arrastraba. Y son fantásticos. Hasta Dahag, que es una diva de la existencia y además un cabrón desde la primera hasta la última letra.
Alguien comentaba que escribir lo es todo para mí. Lo es. Todo. Más incluso que la propia investigación. Puede que porque me ayude a aislarme o a recrear situaciones y momentos que controlo perfectamente y que puedo resolver. Pero también porque las palabras que recibo de quienes me leen alimentan mi alma y mi ego.
Ojalá escribir sea aquello que yo vine a hacer al mundo.
If you can calm a raging sea, you can calm the storm in me.
Suena Stars de Skillet. Tengo que darles las gracias por su música, preveo que va a ambientar la historia entera de mis niños y sus espíritus.
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