1 de julio de 2016

El día en que volví a ver el capítulo 16 de "Evangelion" y supe, otra vez, que era mi favorito

Splitting of the Breast no puede tener un título más acorde, ni mejor. Ni más literal, en realidad. Es posible que las sensaciones que tuve anoche hubieran derivado de la asquerosa maraña negra que envuelve mi realidad, pero me acordé de que el 16 era mi episodio favorito de anime. Ese pensamiento se reafirmó hace doce horas (más o menos). Creo que pocas veces he disfrutado tanto de un capítulo de esta serie, y en realidad los vivo todos muy intensamente porque son de ataque cardíaco cada cuarenta y cinco segundos. 

Splitting of the Breast, sin saberlo, hablaba de mí. De mí misma, en este preciso instante de mi vida, donde una masa negra desconocida y muy peligrosa se me ha tragado y me ha dejado flotando en un limbo donde nada tiene final, ni principio, ni esquinas, ni ángulos, ni rumbos que tomar. El limbo más absoluto donde, además, estoy sola. Y como Shinji, me desespera. Y tengo miedo. Y lloro y golpeo las puertas de mi prisión, de la que me está siendo imposible escapar. Es posible que fuera todos estén preocupados, preguntándose cómo es que sigo viva, si volveré a ver la luz del sol y, especialmente, en qué estado estará mi mente cuando eso ocurra. 

Me sentí tan identificada con Shinji que se me volvió a disparar el pulso. Cuando una se queda sola, es cuando puede entablar conversación con el Ego, con el Yo, ese que es el real, y no la imagen que una misma tiene, o que los demás tienen, o la que se proyecta desde dentro. Ni siquiera la imagen que yo querría ser. No. Solo estoy yo, tal cual. Tal y como soy. 
Exactamente como las secuencias del anime, es escalofriante. Da mucho miedo y las cosas se deforman. No sabes qué viene detrás de cada fogonazo. Puede ser cualquier cosa. Un recuerdo de tu madre o el aplauso del público, o bien una bofetada de la vida o aquella vez que te humillaron delante de cincuenta personas y todos se reían de ti. Cualquier cosa. Porque todo está dentro. Todo es vida. 

Me acojoné. No encuentro eufemismos que expresen mejor lo que sentí, que me disculpe la prosa.
Me acojoné porque me vi reflejada en un garabato de hace veinte años metido en el pecho de un robot de color morado y verde con cara de loco. Porque sentí como él siente y pensé lo que él piensa. Porque también lloré (no sabría decir si "como él" o "con él", me da que ambas serían correctas) y apreté los puños. Porque me desesperé. Estoy desesperada y cansada. 

Entonces, igual que a él, me asaltó un pensamiento. "Una vez más..."
Esa. Esa fue la frase.

Me acordé de que tengo fuerza suficiente en las manos como para agarrar la oscuridad y partirla por la mitad. Para sacar la cabeza y tomar aire. Y aunque saliese envuelta en sangre y a gritos, como un animal enloquecido, mis pulmones se llenarían otra vez y la adrenalina inyectaría mis músculos. Para pelear otra vez. Para levantarme. Para salir. Para seguir adelante. 
Tengo un EVA. Soy yo misma. Mi carcasa no es de colores y no tengo tanta fuerza, no soy tan rápida y desde luego no tengo aspiraciones de Serafín. Pero soy, la vida me lo ha enseñado, una guerrera. La imagen del EVA rompiendo la carne negra y saliendo en un torrente de sangre de Ángel (gracias a Internet por proporcionarme ese gif, te debo una) me llenó de energía. Me hizo recordar quién soy y dónde estoy. Y también dónde puedo estar. 
Saldré. Partiré el pecho. Y saldré.



Evidentemente, me llevará tiempo. 
Pero saldré.



Suena Holo de Ampyx. 

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