Hemos alcanzado un nivel tal de confianza que se te ocurre llamarme por teléfono cuando estás meando. Como si no pudieras esperar dos minutos a escuchar mi voz en el auricular. Ahora podemos discutir de cosas que nos preocupan de verdad y sin gritar, sin ponernos nerviosos (más de lo que en general somos), y con los corazones abiertos en las palmas de las manos. Porque estamos preocupados, estamos tristes. Y a los dos no nos funciona demasiado bien la cabeza.
Me ha gustado. Repitámoslo.
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