8 de diciembre de 2015

Diez cosas buenas antes de dormirme

Las cosas no van bien, pero hubo un tiempo en que fueron de maravilla. 
Hubo días en los que me reí sin sentirme culpable por no estar haciendo alguna que otra tarea importante, hubo noches en las que dormí del tirón, y hubo otras en las que unos dedos traviesos no me dejaron dormir. Hubo días en los que comí tanto y tantas guarradas que sentía que podía rodar por la calle y llegar a casa haciendo la croqueta. Hubo otros días en los que viví de broma en broma o de chismorreo en chismorreo, siendo simplemente alocada y tonta al mismo tiempo, pero feliz. Momentos en los que todo funcionaba y no importaba el ámbito de mi vida que fuese; la universidad, la familia, el amor, los amigos. Momentos en los que las redes sociales fueron testigo de mi emoción y del tremendo amor que quería repartir entre todos. 

Las cosas están jodidas, es verdad, pero hay minutos en los que parece que todavía hay algo que funciona. Alguna bombilla que se enciende dentro de mi cabeza. Y es que, pese a todo, la parte más dura y la que más me alivia al mismo tiempo es ser plenamente consciente de lo que está pasando. El asunto se complica ante la impotencia de no poder hacer nada ya, ahora, inmediato, que me arregle el upstairs y me sacuda el polvo de los ojos. No tenemos esa fórmula mágica, qué va. Todo se va, dice mi compañero sentimental, pero lo peor es pasarlo. Y tiene razón. 

Ya no quiero a las personas como las quise. Y es que tampoco quiero quererlas así. No hay un motivo o una razón. No ha pasado nada (o quizá es que han pasado muchas cosas, todas a la vez). Simplemente, no siento que me apetezca. No siento que me apetezca nada. Ni nadie. Y qué le hago, si tampoco es que vivir en este estado me moleste. Me ataca el sentimiento de culpa de que, al final, mi historia se repite y que soy incapaz de conservar nada ni a nadie durante un periodo largo de tiempo. Tal vez porque me preocupo demasiado, tal vez porque estoy condenada a la renovación y al cambio constante. Pero, otra vez, qué le hago, si siento que las personas que me rodean no se mueven, y yo sí lo hago. O que caminan en otra dirección, y eso nos va separando poco a poco. 
Una voz impertinente y suave dentro de mí me habla: ¿Qué esperabas, en realidad? ¿Cómo vas a mantener algo en el tiempo, si nunca estás en el mismo sitio? Si, en verdad, nunca estás. Si no puedes quedarte, no puedes conservar lo que se queda. No sabes quedarte, no sabes volver el tiempo que sería necesario. Es tu manera de vivir. Haría falta mucha paciencia y mucho valor, y en general nadie da muestras.  

Las cosas, uf... Las cosas están de no sé qué color, pero es oscuro. 
Y deduzco que esta noche tampoco voy a dormir. No obstante, contaré, como cada noche desde que Bob me lo enseñó, diez cosas bonitas que haya tenido mi día. 



Por unas cosas o por otras, en la azotea siguen fundidas las luces y en general no siento que haya mejorado mucho. 

Nobody can fix me if I'm part of the problem, dice J-Dog. 



¿Quiero a mis amigos de antes? No. ¿Quiero amigos nuevos? Bueno, la novedad nos hace valientes porque pensamos que no nos juzgará. Y si lo hace, nos importará poco. No, tampoco quiero amigos nuevos. ¿Entonces qué quiero? Ah, cabeza, si eso fuera tan sencillo de contestar, no tendríamos estos problemas. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario