Me pone nerviosa la gente que hace una y cuenta veinte. La gente que solo valora su propio esfuerzo, y únicamente cuando lo lleva a cabo. Cuando se da cuenta de que esforzarse, qué le vamos a hacer, pica. Duele, escuece. Que no es agradable, vamos. Es entonces cuando levantan la vista al cielo y claman al universo que se curve (estaba pensando en bow, pero la verdad es que no tiene gracia) y admire lo cansados que están de hacer lo que simplemente les toque.
Me imagino la pesadez con la que miran las manos llenas de callos a las que acaban de empezar a sangra. Porque es que hay que joderse, es que hay que joderse. Que ahora va a parecer que los que estamos callados (y yo no es que esté callada todo el tiempo) es que no hacemos nada. Que no sudamos cuando vamos al gimnasio, que no nos duele la cabeza cuando estudiamos o que no tenemos ganas de liarnos a guantazos cuando las cosas nos cuestan el doble o el triple de lo que deberían.
Si no lo digo, reviento. Y ya lo he dicho.
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