8 de junio de 2015

Assemble

Tus mejores amigos.
Parece un término sencillo o claro de definir, pero no lo es para nada. 

Tus mejores amigos. ¿Quiénes son tus mejores amigos? Con ellos te peleas. Empezando por ahí, te peleas porque crees que vale la pena. Sí, y todos los sentimientos loables y nobles que queramos añadirle. Pero te peleas. Y vaya si te peleas. Les dices cosas que no le dirías a nadie más en este planeta. Les dices lo que piensas y la manera en que lo piensas (o, al menos en un caso personal, intentas que esto sea así un 90% de las veces). A tus mejores amigos les reprochas comportamientos que en el resto de la población te dan igual, básicamente. Les riñes porque su casa no está limpia. Les gruñes para que se pongan a estudiar. Les preguntas qué demonios están haciendo con su vida cuando crees que la están desperdiciando o viéndola pasar, mientras se rascan la barriga y creen que son felices en un espejismo de colores, cristalitos y humo. 
A tus mejores amigos los apoyas hasta en el último plan descabellado, pero que les quede claro que pensaste que había lagunas desde el principio. Pero siempre estarás ahí para sujetarlos cuando vayan a tropezarse con sus errores. A ellos les prometes lo que, en teoría, no te atreves a prometer a nadie: la eternidad. Prometes que por más que cambiéis (la adolescencia ya dejó claro que el cambio es inevitable) siempre habrá un tema de conversación entre vosotros. Una llamada de teléfono, un grito de auxilio, un cable aunque sea al cuello.
A tus mejores amigos los odias muy a menudo. No los quieres siempre, precisamente porque los conoces y te sacan de quicio todas sus manías. Los querrías tirar por un acantilado, de media, siete veces al año. Tienes menos paciencia (o más) con ellos que con cualquier otro ser humano. Y, esto es muy importante, eres lo suficientemente honesta contigo misma como para reconocer que no les quieres siempre, pero que cuando les quieres, es a morir y a matar. A tus mejores amigos los detestas, y esto es así. 

Porque ellos hacen exactamente lo mismo por ti. Exactamente lo mismo. Porque no hace falta tener la misma ruta profesional para que ellos te cojan el teléfono cuando acabas de vender cuatro años tu alma a un proyecto descabellado. No hace falta tener los mismos gustos musicales cuando fallece un familiar y tardan segundos en estar todos rodeándote con sus brazos. No es preciso coincidir en todo cuando te abrazan cada vez que te ven como si llevaran semanas sin verte, y se despiden como si nunca fueras a marcharte. 
No hace falta el universo para acudir a una llamada de socorro, cuando dejas un mensaje instantáneo que reza: STUPID FAMILY, ASSEMBLE.

Creo ser honesta como para escribir estas palabras. Porque honesto ha sido el sentimiento de estos días, cuando por un momento me he integrado en un grupo de superhéroes a los que soporto poco. ¿DC o Marvel?
Por suerte o por desgracia, yo siempre seré de Spawn. Pero sabed... que ellos no me quieren así. Ellos me quieren más.



La residencia damosa ahora es una realidad y eso me da vueltas en la barriga.
Cosas que tienen que ver, y otras estupideces. 

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