Resulta que estaba perdiendo el tiempo en el portátil, y viendo que se acercaban las doce he decidido apagarlo para irme a dormir. He pasado el fin de semana de prácticas en Toledo y en Madrid (ya te contaré, urge otro asunto) y aún no tengo el sueño restablecido. Así que eso he hecho; apagando el ordenador y caminando hacia el cuarto de baño para lavarme los dientes.
Parece una banalidad, pero no lo es en absoluto. No, no, de ninguna manera. Para mí lavarme los dientes, sobre todo por la noche, representa un momento culmen del día. Un punto de inflexión en que puedo desconectar del mundo para abstraerme en mis pensamientos, mis ideas y mis emociones. Lavándome los dientes se me suelen ocurrir buenas ideas. Como en este caso.
En plena cepillada estaba yo cuando, en mi cabeza, resonaban las voces de todos vosotros. He estado viendo los vídeos que grabamos juntos, y me parecía teneros cerca, estar escuchándoos de verdad. Ha sido cuando he apartado tu voz del resto y, por ende, he pensado en ti.
Sobre todo, en tu timbre. Me he dado cuenta de todo lo que extraño tu voz. Tu acento, tu pronunciación tanto en castellano como en árabe, tu risa, tu forma peculiar de decir algunas letras. De afirmar, de negar. De reírte.
Ha sido cuando de verdad he caído en la cuenta de todo lo que echo de menos cada minuto que pasaba contigo, todo lo que aprendía y desaprendía de ti, todo lo que me queda todavía porque ya no estoy allí con vosotros.
Y tu voz. Cómo la echo de menos.
Así que hoy, en mi lavado de dientes nocturno, he decidido que te llamaré mañana, porque no aguanto otro día sin escucharte. Te dije que se me ocurrían buenas ideas.
Ana ohebuka geddan, geddan.
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