Pues como decía Paulo Cochelo, "cuando menos te lo esperas, va la vida y te sorprende".
Y vaya una sorpresa. No ha sido la más agradable de todas, pero creo que ha sido necesaria. He llegado a casa con ganas de querer cargarme a alguien con mis propias manos porque nos habíamos retrasado media hora y, cuando llevas metida un tren desde las 10am y te dicen que hasta las 5pm no vas a llegar, se te despiertan todos los instintos asesinos. Además, que ya iba preparándome mentalmente para encontrarme el cuadro barroco. Menos mal que me he encontrado con Clare y me ha hecho reírme antes de cruzar el umbral.
Y lo que me he encontrado dentro me ha sorprendido tanto como me ha roto el corazón.
No lo sabía. Aunque me lo imaginaba. Yo sabía, porque lo sé siempre que conozco a alguien, que había algo extraño. Y me ha roto el corazón verla así; tan pequeña, tan triste, tan derrotada.
No sé exactamente quién ha puesto ahí esta tarde, pero tal vez era lo que las dos necesitábamos para terminar de curarnos del todo. Los abrazos, las lágrimas, el cagarnos en todo porque las cosas no se hacen por lástima, la cena juntas, las tres teteras ("pues ponme tres") y las risas sobre crushes, señales inexistentes y demás cosas locas. Porque podríamos ser una familia perfectamente funcional, pero somos todos gilipollas.
Siento que esté así, pero me alegro mucho de haber estado ahí para ella. Porque, y aún pese a todo, la quiero. Les quiero, a los dos. A ella y a él. A María de las Angustias y a Aguilar del Campoo. Y quizá porque ahora estoy fuerte después de una semana más que satisfactoria de trabajo, pero tengo la sensación de que les voy a querer siempre. Mucho. Como lo que son, los hermanos pequeños y amigos que aquí me encontré.
Y no pienso arrepentirme de todo lo que les quiero.
En esta casa, tuya y mía.
Porque esta es nuestra casa. Con sus sombras, demonios y fantasmas, pero nuestra casa. Nuestra para siempre, para el resto de la memoria. Y hoy, quizá por primera vez, me he sentido en casa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario