En realidad, la pretemporada que casi acaba con todos nosotros, empezando conmigo. Esta es la primera vez que consigo sentarme delante del ordenador y estamos a día once. Llevo más de doce días aquí y el ritmo ha sido tan desquiciado que no he tenido tiempo ni para quejarme, ni para llorarle al teclado, ni para nada que no fuera concentrarme en respirar.
Jesús bendito, qué semana. Qué pretemporada.
Ahora que la contemplo con perspectiva, después de toda la vorágine de acontecimientos, pensé que no la consideraría tan mala. Que no lo ha sido. Pero lo ha sido. No ha sido tan terrible. Pero lo ha sido. Ha tenido cosas maravillosas, de verdad, pero todavía estoy saliendo de ese lugar oscuro en el que estaba mentalmente y no deja de tener un sabor agridulce. Y me duele la rodilla, joder. Casi me la parto después de aquella condenada clase de yoga.
Natascha y Anita ya se han ido y el domingo tuvimos barbacoa con algo más que guitarra, hamburguesas y copas. No se me puede dar alcohol si tengo algo que quiero decir; no soy una persona paciente. Lloramos. Madre mía, la de lágrimas que esta pretemporada nos ha hecho soltar. El viernes pasado creía que me moría, y dos días después era yo la que estaba matando a alguien. Si miro a la derecha de mi cama, a la esquina donde estaba sentado, aún puedo escuchar su voz rota murmurando un mantra casi histérico. Y me duele. Esa imagen me persigue todavía, pero no puedo dejar de pensar que era necesario. Para él, para mí, para los dos.
Ha sido una semana llena de tensiones y de frustración por no poder acudir a los oídos que sabía que me escucharían. Básicamente porque la cabeza a la que pertenecen esos oídos ya estaba lo suficientemente embotada de mierda como para que yo le fuese con mis desastres.
No ha sido una buena semana mientras la viví, pero creo que ha sido una semana buena en sus conclusiones. Si me siento a mirar los resultados de esos días asfixiantes, tengo que reconocer que ha merecido la pena. Porque ahora estoy caminando, como decía, hacia un sitio mejor. Todos lo estamos. Desde el corazón de mi casa hasta el centro de deportes, o eso quiero pensar.
Esta semana me ha hecho replantearme muchas cosas sobre mí misma, algunas de ellas me llevarán más tiempo que otras de analizar y quizá, cuando la rutina se haya asentado de nuevo y me haya calmado el ánimo, podré hablar de ellas. De momento, las mantengo al frente de mi cabeza, como asunto urgente y pendiente con el que tengo que lidiar. (Acabo de sentarme a la turca y me están matando los muslos, su reputa madre). O la gente es muy rara, o yo soy rarísima, o ambas cosas, pero cada día tengo más claro que entiendo menos a las personas que me rodean, aunque me esfuerce. A veces, quizá, es que me esfuerzo demasiado y debería aprender a estar un poco más sola con mis propios pensamientos. Y la tesis sin tocar. Y de la novela, mejor no hablamos.
Vaya semana. Aunque ayer empezó la recuperación, pero vaya semana.
Seguro que mañana las cosas mejoran otro poco.
Seguro.
Mañana.
Vaya semana. Aunque ayer empezó la recuperación, pero vaya semana.
Seguro que mañana las cosas mejoran otro poco.
Seguro.
Mañana.
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