Esta tarde íbamos en coche, mi padre y yo, de camino al pueblo cuando, ya tomada la carretera nacional, hemos visto varios coches con las luces de emergencia puestas en lo que desde lejos nos ha parecido un accidente. Mi padre es médico, así que aunque yo le he manifestado verbalmente que se tenía que bajar, él ya se estaba quitando el cinturón. Efectivamente, después de otros dos coches detenidos, había un tercero con el morro plegado como un acordeón y hecho un verdadero desastre, más otra furgoneta caída en la cuneta. En el suelo estaba el matrimonio, hombre y mujer, que conducían el turismo. Sentado en las piedras contra las que se habían chocado, el señor mayor que llevaba la furgoneta.
Lo cierto es que el ambiente estaba cargado de histeria, pero mi padre ha corrido a tranquilizar a los dos del suelo diciéndoles que era médico, reconociéndolos como buenamente podía y asegurándoles que no tenían nada grave. Que lo más importante era que estaban, dentro de lo que cabía, bien. Por lo que hablamos después, ponerse el cinturón era lo que les había salvado la vida. Un friendly reminder de la vida para todos los que estábamos allí. Ya había dos mujeres llamando a la Guardia Civil, a la Policía y a las ambulancias. Entonces uno de los hombres se ha puesto un chaleco reflectante y, junto a otro, han empezado a redirigir a los coches que se estaban acumulando detrás del nuestro (que luego hemos tenido que mover al camino de tierra para no incordiar). La verdad es que han actuado con rapidez y eficacia, haciéndolo todo mucho más fácil.
Ha aparecido de repente un enfermero que, como mi padre, pasaba por allí y ha decidido que también debía detenerse. Entre los dos, con la ayuda de quienes estaban, les daban consuelo a los heridos y aparte les quitaban el susto mientras venía la Guardia Civil y la ambulancia.
Pero resulta que en el turismo accidentado había un perrito, Nugget, que se estaba poniendo un poco histérico. Así que, con el permiso de sus dueños, lo he sacado a dar un paseo y ha hacerle mimos para que se relajase un poco. Pero el perro no quería moverse de donde estaba su dueña en el suelo. Ha sido en ese momento cuando, agachada junto a ellos, me he dado cuenta. Me he percatado de que aún quedan personas hermosas en este mundo. Personas preocupadas por su prójimo, dispuestas a ayudar hasta donde puedan, con ternura, con bondad en sus corazones. Con luz, con brillo. Me he maravillado de la nobleza de los animales, también, por aquel perro que se negaba a marcharse del lado de su dueña cuando sabía que ella no lo estaba pasando bien. Me he sentido muy bien al ver que no solo el personal sanitario y de seguridad (que también) han cooperado para asegurarse de que los tres accidentados recibían la atención necesaria en el menor tiempo posible. Y mi padre estaba entre ellos.
Vale que no se ha tratado de ninguna heroicidad, pero es cierto que en estos tiempos lo que debería ser considerado "normal" es extraordinario. Así que sí, yo considero que es como para honrar a esas personas que estaban allí, deteniendo sus planes y dedicando su tiempo a otras que de verdad lo necesitaban.
Cuando nos hemos marchado, hemos traído a Nugget con nosotros, porque resulta que sus dueños iban a un puedo a seis kilómetros del nuestro. Así que se lo hemos llevado a sus familiares. La verdad es que se ha portado fenomenal; es un perro muy dulce.
Y me apetecía dejar constancia de este episodio, para releerlo cuando me falte fe en la humanidad y recordar que todavía, que aún, que persisten las personas buenas en este mundo.
Ayer el brillo de Nanna era extraordinario, pero estaba teñido de rojo.
Cosas que tienen que ver y otras leyendas urbanas.
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