5 de agosto de 2016

Libres (los que sujetan las estrellas)

So here I stand, lifting up my heart to the one who holds the stars. 

La montaña me hizo un regalo. Me ha estado regalando muchas cosas, pero uno fue tan evidente y específico que de verdad me dio escalofríos. El tercer día, en Jaca, fue el peor de todos (y aún así no fue malo), pero yo estaba de un humor terrible porque pensaba que todas mis quemaduras me iban a impedir seguir haciendo aquello que me liberaba y me renovaba, que era caminar y perderme en la montaña. Casualmente (o no) los días en los que me ha tocado salir a caminar con los brazos en llamas ha estado nublado, o las rutas han sido a través de mares, océanos de árboles. Hoy incluso hizo frío, en la Boca de lo Inferno. 
¿Es una coincidencia? ¿O es un regalo? Yo quiero pensar que es un presente de la montaña, o de la fuerza interior que la sostiene. Gracias. Gracias por dejarme seguir haciendo aquello que me ha estado curando el alma durante todos estos días. 

He recorrido una etapa del Camino de Santiago.
He atravesado el bosque de hayas más grande del Pirineo y he subido hasta el ibón de Estanés para nadar en sus aguas congeladas.
He subido por un barranco casi vertical hasta el refugio del Gabardito. Esa misma tarde subí hasta el Coll de Ladrones para caminar hasta la Cascada de las Negras, incrustada en la roca y empaparme los brazos con sus aguas. 
He recorrido el barranco de la Boca de lo Inferno y he metido el pie en el río, básicamente porque soy estúpida y porque yo no soy Firuz; a mí las piedras no me dicen dónde tengo que pisar. 

Me he enamorado de la Collarada. ¿Se puede una enamorar de una montaña? Yo lo he hecho. 
He contemplado las montañas más hermosas, los bosques más bellos, los ríos más preciosos. 
Me he renovado. Me he llenado (y de comida, también). He pensado en todo y en nada realmente, he recorrido muchos kilómetros pensando en Buru, en Firuz y Azar, en Verethraqna... Dedicándome tiempo y paciencia, silencio y los ruidos de la naturaleza. El rumor del agua, el viento entre las hojas y los troncos, los pájaros, los bichos... hasta los cencerros de las vacas y las ovejas. Me hacía falta encontrarme, y la casualidad (o no) me ha puesto en la montaña. 

Hasta le he cantado aquello...
Gloria a ti, gloria a ti, Madre Montaña. 

Ahora es un poco más complicado recrear sensaciones, desde la habitación de hotel y con la rodilla del tamaño de una hogaza de pueblo (nota para el futuro: mira por dónde pisas, boba, que casi te rompes los dos meniscos), hecha polvo por la caminata y con la situación real sentada a mi izquierda. La vida, al fin y al cabo, es la que es. Sin embargo, ya volveré a escribir y viajaré a las sensaciones que he tenido. 
Cada vez que escuche Stars, cada vez que vea las fotografías, me acordaré.
Me acordaré de que he sido libre y feliz. 

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