Al-Ahmar se entretiene cambiándole
las cuerdas al laúd de Avani.
Avani está sentado a mi lado,
leyendo.
Yo tamborileo un rato sobre
la mesa. Me muerdo el labio.
—Creo... —empiezo. Avani
levanta la vista, pero no dice nada. Al-Ahmar sigue a lo suyo.
Suelto un resoplido y el
pelo me baila sobre la nariz. Avani deja el libro sobre la mesa y ladea la
cabeza.
—Maatha?
Lo miro con una sonrisa que
esconde parte de culpabilidad.
—Creo que les estoy cogiendo
mucho cariño a los persas.
Al principio, no dice nada. Pero
después sonríe con todo su cariño. Sabe qué quiero decir realmente con eso. Al fin
y al cabo, aunque musulmán, él es persa. Se lo debo. Me aprieta el hombro con
los ojos brillando de emoción. En la ventana, al-Ahmar no se ha enterado.
Me levanto a por un vaso de
agua.
Avani vuelve la cabeza y le
dedica al nasrí una sonrisa enorme y
mezquina. Él levanta la ceja.
—¿Qué tripa se te ha roto?
—¿No has oído a la niña?
—No —al-Ahmar ajusta una de
las clavijas—. ¿Qué ha dicho?
—Que le está cogiendo cariño
a los persas. Mucho cariño.
La cuerda salta del laúd a
punto está de sacarle un ojo al nasrí.
Se queda mirando al filósofo con los ojos abiertos como platos. Éste sigue con
su expresión de triunfo y recochineo.
—Empate a uno, ya habibi.
Cuando
vuelvo, al-Ahmar lo lanza todo por los aires y me agarra del brazo.
—De persas, nada. ¿Me has oído?
¡De persas, nada! ¡Tú te vuelves a al-Ándalus!
—¡Deja que se interese por
algo que merece la pena! —responde Avani, que me coge del otro brazo. Y como
era de esperar, cada uno se pone a tirar hacia sí mismo—. ¡Nosotros somos
milenarios!
—¡Y un cuerno! ¡Vosotros os
acabasteis en el siglo VII! ¡Sois un mito!
—¡Y vosotros sois unos
exiliados mestizos!
—¡Cuidado con lo que dices!
—¡Simurgh es persa!
—¡Y la Alhambra, andalusí!
—¡BASTAAAAAAAA!
Y así está mi cabeza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario