20 de abril de 2014

Mi pequeño tesoro

A mi padre le han regalado un equipo de música espectacular, que llevaba queriendo cosa de seis Navidades, puede que más. Pues una cosa tan simple como un equipo de música es suficiente para despertar todo tipo de sentimientos. Ahora mismo, escuchando a Carlos Cano, bailan mis padres, abrazados sobre el suelo del salón. Pero el recorrido musical y nostálgico ha sido mucho más extenso, repasando aquellas canciones que los emocionaron a ellos antes de que yo naciese, que escuché con ellos durante toda mi infancia, y que nos han traído lágrimas de bellos momentos y ganas de cantar.
Y ha sido perfecto. Es perfecto. 
Un momento en que todo está bien, en que nada fuera del refugio que es mi casa pude hacerme daño. Un instante en que todas las certezas están claras, en que mañana, hoy, ayer, todos dan lo mismo, y lo único que importa es estar bailando sola en el salón, de puntillas y descalza como cuando era una niña, cantando Ana y Miguel con los ojos cerrados y los brazos abiertos. 
Todo es verdad cuando estoy con ellos. Y las canciones, esas letras que me aprendí y que todavía recuerdo, me cuentan otra vez aquello que ya sé: ellos son el pilar fundamental sobre el que se sujeta mi vida. Ellos me regalaron un equipo de música cuando hice la comunión, y a través de mis discos yo viajaba, volaba, soñaba y vivía las aventuras que el mundo de fuera no podía ofrecerme. Siempre música. 
Ellos son los que le han puesto banda sonora a mi infancia y a mi adolescencia. Andrés Suárez decía "he oído cantar a mi madre cuando aún yo no podía". Pocas frases me han emocionado más. Ellos, bailando en el salón, cantando y recordando toda su vida, de la que yo estoy feliz de ser parte. Nada puede hacernos daño ahora, bailando en el salón, porque en esta casa ("que no es mía sin ti") hemos creado un refugio. Ese refugio que a mí me cobijó ante el mundo hostil de mis años oscuros. Esos cuatro brazos que siempre me abrazarán, que siempre me darán abrigo. 

Gracias.

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