12 de febrero de 2013

Una mezquita en el mar

(We did it. I can barely believe it's true, but WE DID IT. Now we can start our path through war, time and art. Thanks, guide. You won't regret it.)






Será verdad que tengo un parche en la cabeza que invita a ponerme más peso en la mochila. Antes me preocupaba e incluso me enfadaba. Ahora ya no. Imagino cosas bellas mientras abro el agujero secreto en mi mochila. La gente que va poniendo peso no lo sabe, pero tengo una cremallera en el fondo para dejar caer todo cuanto siento que no debo llevar. Siempre es más elegante que coger lo quieren cargarme y lanzarlo al mar. Una tiene que ser educada.
Nuestra vida es una ruta y nuestra alma es la mochila. Y puesto que es nuestra, somos nosotros quienes elegimos de qué queremos llenarla. Muchas veces nos emocionamos y vamos como Atlas cargando con el Mundo. Otras veces nos pasamos de listos y caminamos con un hatillo de mendigo. Pero no importa, al fin y al cabo son nuestras decisiones. Nuestras mochilas. Nosotros somos responsables de lo que nos cargamos a la espalda, y de lo que dejamos que el resto nos cargue. Seamos sinceros, no iríamos a ninguna parte sin las aportaciones de los demás. Pero hay que tener cabeza; no todo podemos llevarlo nosotros. Por eso yo le metí un buen tijeretazo a mi mochila y le cosí una cremallera, que voy abriendo cuando me acuerdo para aligerarme el peso. 



No creo que haya mochilas compartidas, como tampoco creo que haya vidas compartidas. Hay partes de vidas compartidas, pero es imposible que una persona se vuelva un único ser con otra. Debería serlo. No somos células. No somos anexos o complementos de otro. Somos únicos, incluso si Mrs. Barrett se indigna ante una pareja de gemelos. No deberíamos pretender fundirnos con nadie. Porque desaparecía el alma que consiguió el acercamiento de una u otra relación. 
Me presento a esta reunión del Club de los Anexos. Como bien veis, he traído el mío. Le gustan las chucherías y tiene problemas a la hora de encontrar calzado. Venga, por favor. 
Si la verdadera magia y maldición de las personas es que somos irrepetibles. Vivimos en un mundo occidental y moderno que nos deja recrearnos en esa especificidad. Y vamos nosotros como locos buscando crisoles en los que derretirnos. Me gustan las personas únicas y por eso me enamoré del Diablo. Luego resultó que no era sangre todo lo rojo, pero eso es otra historia. 



La mochila no es compartida, pero eso no quiere decir que no podamos echar una mano. Todos hemos necesitado un empujón, un tirón de orejas o un buen sopapo a tiempo. Pero sólo eso. A tiempo. Si lo hacemos permanente, ¿qué sentido tiene? Sentarse a descansar, dos personas con mochila, delante de Sierra Nevada tiene toda su gracia y toda su maravilla. Una mochila que se apoya en la otra, y viceversa. Pero cuando nos ponemos de pie yo no me quedo sus macetas y él no se queda mis turbantes. Somos felices así. A él lo hace especial ese barro hecho trozos y por eso le quiero. A mí, dice, me hace adorable el frío dentro de un bosque de mármol. Somos diferentes; que seamos diferentes es lo que nos hizo gustarnos.
Pero yo nunca me cargaré su mochila. Nunca dejaré que lleve la mía. Porque si pasara, no duraría. A las pruebas me remito. Y los que duran, porque hay que duran... bueno. Qué voy a decir. No es una opinión importante. Sólo es la mía. Como mi mochila. Mía y exclusivamente mía. Mi ego, mi mochila. Mi trabajo, mi mochila. Mis penas, mi mochila. Mi amor, mi mochila. Mi sudor, mi mochila. Es sencillo. Mezzouji ya le hacía un homenaje a su mochila, rutera y mucho más bella que la mía, siendo el primero de los Hombres Oscuros en reconocer lo ególatra del fardo. Y qué. Es la realidad. 
Una vez aceptada, a caminar. 



¿Y la moraleja? Ninguna. Que sigo mirando hacia Sierra Nevada con los codos apoyados en el balcón y el turbante caído sobre los hombros. Tengo la mochila al lado y llueven pesos. Afortunadamente, estoy a resguardo. Y afortunadamente, sé exactamente lo que quiero y lo que no quiero meter en mi equipaje. 
Habla, habla. Tu discurso es agua de lluvia y yo, que soy scout, llevo siempre el impermeable. Me voy para la sierra de los Leones mientras por Levante se nubla; y yo me voy silbando, hasta que me da por ahí. Entonces me río. 



Alguien dirá que esto no lo entiende. El que sea tan consciente de su mochila como yo lo soy de la mía, lo entenderá. Especialmente un guiño al Ego, a La Voz Hermosa. Me importa poco que no se entienda. No tengo ni la más mínima intención de explicarme.
Porque, ya está dicho: yo, mi mochila. 

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