6 de diciembre de 2011

Superdetective en Granada y un chichón

En mi Alhambra...





Ha estado aquí una persona que amo.
Me ha dejado la marca de un bote de espuma de afeitar, dibujada en la pila del baño. Quedan unos cuantos pelos sobre las sábanas y me ha desaparecido un calcetín negro, que tomé prestado de mi hermano sin darme cuenta. En mi habitación vuelvo a ser uno.





Báilame por tangos...





Ha estado muy bien, por unos días, ser yo de nuevo. Ser completamente yo. Sin preocuparme de lo que decir o de cómo actuar, ni siquiera de cómo moverme. Si quería un abrazo, lo daba y lo tenía, podía hablar de todo sin problemas, podía compartir y recordar cosas que habían pasado, podía debatir complejos líos internos y chorradas banales sin fuste. Podía ser yo con las alas abiertas, de par en par, todo lo larga que soy. He sido yo otra vez, y ya lo iba necesitando. Parece ser que, una vez al mes, necesito que aviven mi fuego interior.

Ahora estoy comiendo chucherías y me acuerdo de caminar de su brazo bajo luces de Navidad. Le echo de menos, y sólo hace ocho horas que no está aquí. Echo de menos sus mil y un tipos de risa, echo de menos que se interese por la idioteces que digo, echo de menos la manera de calmar mis temores y mis nervios, tan única, que tiene. Me encantaría darme la vuelta y descubrir que estos minutos frente al ordenador sólo han sido eso, minutos, para consultar cualquier detalle, y que puedo volver a sus brazos para acurrucarme como he hecho estas pasadas noches.
Pero encima de mi cama sólo hay pliegues revueltos, una mochila y una sonrisa con un solo ojo.

Me ha devuelto a mi naturalidad y al sentirme querida. No dudo ni por un momento de que me quiere, porque eso se nota. Se enfadaría conmigo, porque tengo las manos congeladas. Ahora todavía será más difícil que se calienten.
Echo de menos su perfil a la luz de una vela y sus dedos jugando con las curvas de mi cuerpo como una montaña rusa. Si cierro los ojos todavía tengo en el párpado el dibujo de sus ojos negros. Por ahí fuera, en el pasillo, se está riendo alguien. A mí no me hace mucha gracia; quizá mañana sí, pero no hoy. Se ha ido, y las paredes se me caen encima. Desde el autobús, no me ha dejado llorar, y probablemente no salga una lágrima de mis ojos, pero dentro de mí llueve. No me gusta la lluvia. Sigo comiendo gominolas, casi por inercia; como si así pudiera recordarle mejor.

Hoy he vuelto a pasear por las mismas calles que recorrí con él, pero ya no eran iguales. Ni las mismas luces, ni el mismo frío, ni la misma ciudad. Granada se ha quedado vacía y sola, igual que yo, porque se ha ido. En mi cabeza se repiten todos los momentos que hemos pasado juntos, miro y remiro las fotos, las entradas que están en mi corcho, su regalo de cumpleaños, las cosas que compré yendo con él. Y es que le echo muchísimo de menos. Tanto que parece que me duele más el resfriado. No encuentro las medicinas porque tampoco me apetece buscarlas; prefiero que se me pase la enfermedad sola, que mi cuerpo la asimile y se deshaga de ella. Como esta tristeza.
Me animan como pueden las notas de una guitarra flamenca. Tengo que apuntar en el calendario las cosas que hicimos y tengo miedo de no recordarlas todas. Tengo miedo de que no se haya encontrado a gusto o que esos pequeños roces que tuvimos hagan una herida. Temo no haberle cuidado más, sido más amable o mejor persona, temo haber sido egoísta o pesada. Porque quiero que recuerde estos días como regalos que alguien ha querido hacernos, como una promesa o una confirmación de que lo nuestro no es imposible aunque estemos lejos, una alineación de planetas que nos ha reunido en una ciudad tan lejos de casa.





Granaína de colores...





Nos hemos hecho fotos preciosas. Hay algunas muy divertidas y algunas simplemente muy bonitas. Gracias por devolverme a la vida al venir. Le necesitaba y ha venido, de alguna manera estoy segura de que sabía que le necesitaba. Necesitaba fuerza, valor, cariño y dormir abrazada a una de las verdades de mi vida. Quería sentir, otra vez, que estaba en casa. Ese refugio donde siempre puedo volver. Las conversaciones por teléfono nunca son suficientes, y después de que se fuera he hablado con otra gente a la que echo también de menos, a muerte casi. Pero no han estado aquí, no han compartido mis pasiones y mis calles, lo que es ahora mi nueva perspectiva. Él sí. Ha venido y ha aprendido, ha conocido de mi mano mi nueva vida y no ha dejado de animarme a que continúe aquí, porque fue mi decisión y es lo mejor.
Esta noche, mi decisión me pesa. Es como un bloque a mis espaldas. Tengo las alas tendidas en el suelo, porque después de unos días volando tan alto, tan intensamente, ahora están agotadas. Si me parece escuchar ruidos en los cuartos de al lado, me pongo un poquito peor. Ya no hay nadie. Ni en mi cuarto, ni en el de al lado. Mi cuarto se ha transformado en una cueva para un solo dragón, en un refugio en el que siguen sonando los acordes de una guitarra flamenca.
Gracias por hacerme volar otra vez y recargarme de energía. Sin mi gente, se me caen las paredes de la habitación. Y esta noche, sin él, será una de las noches más tristes. Espero caer rendida de sueño y no pensar que ya no rozaré su espalda de madrugada, que no lo veré al despertar y que no podré tener su voz con sólo decir "oye..."





Y sentir la escarcha en mis venas. Es el fuego que quema. Curaré mis heridas con cien años de vida.





Esta noche estoy triste. Esta noche echo de menos. Porque antes estuvo aquí una persona que amo.

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