No nos habíamos dado cuenta de que hacía años (en plural, qué terrible) que no íbamos a la montaña los tres juntos. Como antes, como siempre. Y fue poner un pie en el norte (el otro, no en el que regularmente vivo) y percatarme de todo lo que lo echaba de menos. De lo mucho que necesitaba el frío, las montañas inmensas, la piedra abrasada por la nieve, el viento y el sol... y a vosotros completando la fotografía.
Hemos sido grandes aventureros, tanto que hasta hemos conquistado y bautizado el Pico de la Caca, porque vaya tela, después de visitar unos búnkeres que "total, esto está al lado". Me cago en la leche, al lado. Al lado de la cumbre, la madre que me trajo. Hemos encontrado arándanos y frambuesas salvajes, cosa que nunca había visto (y nos los hemos comido, vaya), y nos hemos "perdido" sin perdernos realmente subiendo a unos lagos que nos costó tanto encontrar en el mapa como en la ruta. Por supuesto, nos hemos metido en el agua, hemos comido bocadillos riquísimos y hemos contemplado la inmensidad de un mar de nubes desde lo alto de una cumbre. La niebla ha descendido mientras lo hacíamos nosotros y hemos dejado un manolito al borde del acantilado; no para que nadie se tire, hombre, sino para que se sienten a admirar las vistas que a nosotros nos dejaron anonadados.
Cómo me gusta compartir con vosotros, aunque no siempre estemos de acuerdo. Cómo me ha gustado pasar estos días en vuestra compañía, aunque Kaka nos haya hecho ver Hot Shots y Baba se haya dormido a mitad de Encanto. Hay que pagar un precio, qué le vamos a hacer.
Ah, y que no se nos olvide que "arranqué la puerta de una nevera", Baba la puso en su sitio y que, encima de todo, nos invitaron a cenar. Porque la vida es así de graciosa, aunque a veces en las crisis parezca que todo va ir tremendamente mal y se llore en la parte de atrás de un coche.