Ahora tengo un certificado de idiomas que empieza diciendo "en el nombre de Dios". A mí, sinceramente, no me puede parecer más divertido.
La despedida de Tehran fue bastante más dura de lo que yo me imaginaba. Y eso que, durante las tres últimas semanas de estar en Irán, empecé a ser consciente de la verdadera importancia que tenía el haber estado allí. Por todo lo que he vivido, y por las personas que he conocido. Creo que lo he mencionado en más de una ocasión, pero nunca imaginé llegar a querer tanto a gente con la que iba a pasar, en comparación fría y calculadora, tan poco tiempo. Pensaba que solo serían amigos en el naufragio, gente circunstancial con la que pasarlo bien y después, quizá, intercambiar algún que otro mensaje a lo largo de los años con conversaciones un 85% basadas en recordar cosas que hicimos juntos y otro 15% en preguntar qué tal estás, cómo te ha ido, qué has estado haciendo, me alegro, cuídate.
Pero las personas no son números. No estas personas.
Despedirme de Tehran fue despedirme de un hermano que me encontré por el camino. Y estuve profundamente triste, y lloré lagrimones que me arañaron por dentro como clavos. Darme cuenta de que aquella porción de vida se acababa para siempre, que no habría forma de revivir la que habíamos convertido en nuestra rutina, me mató un poquito por dentro. Pero también me hizo sentir querida y valorada, porque con solo unas semanas compartiendo comidas, té (mucho té), deberes, locuras y estupideces, alguien podía llegar a quererme tanto y de forma tan incondicional. Sin importar qué hubiese sido yo antes o la cantidad tan grande de imbecilidades que hubiese hecho.
Otra persona, vittuza mía, me dijo que yo era una inspiración para ella y un modelo a seguir. Le dije que se replantease sus elecciones personales, pero me sentí tremendamente halagada. De qué voy a ser ejemplo yo; invito a cualquier a pasar 12 horas dentro de mi cabeza para concluir que soy muchas cosas, menos un ejemplo. Y, sin embargo, ella de verdad lo creía.
Otra persona me dice casi a diario que me echa de menos. A otro lo terminé de descubrir en las dos últimas semanas. A otra nunca llegué a comprenderla. Con otro me casaría de verdad. Y así podemos contar tantas, que es sorprendente. El hecho de tener tantas personas bellas que contar y recordar.
Madre mía, que triste me puse. Qué tristes nos pusimos. Cuando eché un sprint para abrazarte de nuevo y te encontré llorando detrás de una columna, pensaba que me moría. Porque con que uno de nosotros estuviera triste, pensaba que era bastante. Pero ay, la tristeza y el llanto. Probablemente el padre de Fede me quiera matar por tardar tanto, pero le van a dar por saco. Yo tenía que dejarte bien estrujado hasta la próxima vez que, espero, nos volvamos a ver.
Todo apunta que no pasarán más de seis meses, pero por si acaso. El poder hablar contigo a diario es algo que me gusta y me llena a partes iguales. Es la manera de saber que siempre estarás conmigo, no importa la mamarrachada que haga, hagas, hagamos.
Que te quiero mucho, coño.
Y quería escribir algo más largo, pero ha llegado el Flaco para que nos tomemos un FlaTime y evidentemente, no le voy a hacer esperar.
Cosas que tienen que ver, ayer vimos Cerberus y madre del verbo, la risa. La risa.
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