30 de agosto de 2015

De todo cuanto no escribí

Esta nueva ronda solar empezará bien, es un pensamiento que he compartido con varias personas. 

Pero de lo que me dejó el verano, tampoco escribí mucho. Igual que no escribí de la estancia en Londres cuando estaba allí. Supongo que tampoco quería airear mis miserias desde una situación en la que, seamos realistas, no tenían una solución posible. Y ayer, tumbada en la cama de casa de mis padres, hice un ejercicio mental que me enseñó la habitación de Park Road. Cerraba los ojos, tendida boca arriba, e imaginaba que estaba en otra cama. Desde Londres imaginaba Valencia; ayer lo hice al revés. Y a mi derecha ya no había pared, sino una cómoda con el tercer cajón desencajado, y a la izquierda el enorme resto de una cama tamaño king size. Y tenía frío en los pies y una alarma programada a las cinco de la mañana para levantarme, ponerme unos pantalones manchados de café y unas zapatillas de ocho libras que daba pena mirar. Me ponía el abrigo negro de siempre, debajo iba el suéter gris de siempre. Y me subía en el bus de siempre, para llegar a trabajar. Sin más pretensión que terminar mi shift y volver a casa, ducharme y beberme las horas en forma de té. 
Londres me dio algunas cosas que me enternecen si las recuerdo. Un enamoramiento equivocado y las ganas de besar unos labios que no tocaban. La esperanza de que la noche siguiente dormiría un poco más. Té, mucho té, litros y litros de té, mi sangre en té. 

Y vino este verano, que con sus cosas buenas también me ha dejado tiempo para pensar. Especialmente estas dos últimas semanas. Pensar mucho, durante mucho tiempo. En amigos y en personas que dejaron de serlo, en familia, en gestión de las emociones, y en mi propia persona. Comparar es odioso, pero me comparo con mi alrededor y solo Dios sabe lo que pienso de verdad. El resultado final ha sido una gran cantidad de indiferencia. De "sudapollismo", más bien. 

Y de un sueño, a lo lejos, que aletea detrás de las nubes. 

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