Voy a escribir esto lo más tranquila que pueda: ayer fuimos al concierto de Jamie Cullum y tuve su cara a veinte centímetros de la mía. Me quedé como un ciervo al que le echan las largas, y lo único que pude hacer fue seguir cantando mientras esa maravilla de persona me miraba a los ojos. De hecho, mi hermano, que se había quedado por atrás, me dijo que me había escuchado por los altavoces.
Mira.
Yo no estoy bien.
Estoy mucho mejor que bien.
Menuda maravilla de concierto. Es que todo lo que escriba se queda corto.
Gracias por seguir tocando All at sea en cada una de las ocasiones. Nos vemos en la próxima, te lo prometo.
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