Soy una montaña. Ahora mismo, soy una montaña. Tranquila, fuerte, anclada al suelo y en paz. Nada puede moverme, nada que ocurra me alterará en exceso. Observo, contemplo y participo, pero eso no implica grandes cambios. Imagino que eso es lo que significa estar en paz con una misma.
Y no creo recordar cuándo me sentí así la última vez.
Lo que yo no habría imaginado jamás es cómo Nueva York iba a cambiarme por dentro. No sé ni siquiera si fue la ciudad; no tengo confirmación de que así sea, pero en algún momento desde que me subí al avión para volver y la noche del viernes, seguida de la del sábado, algo tuvo que pasar. Algo ocurrió, que mi cerebro hizo el click definitivo y todo se volvió calma. Pero calma real, calma estable y asentada, como el nacimiento de una montaña.
Estoy tranquila y estoy bien. Quizá por primera vez de forma definitiva en todo el curso. He sido capaz de analizar todo lo que ha ocurrido en perspectiva, con frialdad analítica y con el corazón latiendo a un ritmo normal. Me he dado cuenta de muchas cosas y he dejado de echar culpas a quien no las tenía, yo misma incluida.
Lo que ha pasado este año es, simplemente, la vida. Life happened. Y ha revelado ciertas partes muy desagradables, pero, si esto era una prueba, siento que la he pasado.
Seremos lo que ella quiera que seamos y estará bien. Incluso si no somos nada. Porque todo lo que he vivido, estos recuerdos, estas memorias preciosas que he tenido y estos momentos que atesoro dentro de mí se quedan conmigo. Vienen al siguiente capítulo, incluso cuando el actual se acabe. Cuando se pase la página y no importe quién me sigue o quién se queda atrás. El recuerdo y la alegría de los momentos más importantes siempre me acompañará, y ese es el verdadero regalo con el que tengo que quedarme.
No decir: "qué lástima que terminó", sino "qué alegría que sucedió".
Ser capaz de valorar correctamente todo cuanto sucedió. Aprender de las experiencias más dañinas para que no se repitan, o para capearlas mejor cuando lo hagan; y, al mismo tiempo, darle luz a las más bonitas para enriquecerme.
Porque yo sí tengo un lugar y unos brazos a los que volver. Siempre los he tenido. No ha habido un momento de este curso en que me hayan faltado. Por eso he sido y soy capaz de sanar tan deprisa. Porque esos brazos me estaban esperando, siempre esperando.
Gracias a ellos y gracias a mí, ahora estoy bien. He dicho cuanto he querido decir, he pedido perdón y he recibido otro perdón y es posible que me haya regocijado en saber que estaba haciendo lo correcto, que estaba teniendo altura moral. Incluso cuando la respuesta no fue idéntica en forma o palabras, ha habido una respuesta. Pero no voy a valorarla como algo único, sino a colocarla en su sitio y dejar que la paz la invada y la incluya en este río de emociones que baja por la montaña. Hasta que se cristalice y se asiente como toca, junto a todas las demás.
Y lo que tenga que venir, que venga. yo siego crujiéndome los nudillos a la espera del desenlace, si es que tiene que haber uno.
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