13 de marzo de 2017

El Marqués de las Calzas Perrunas

"Qué aburrida voy a estar cuando te marches", me dijiste ayer, domingo, en un paseo que difícilmente se me va a olvidar. Había verde y el viento agitaba la pradera como en las películas que recuerdo de Studio Ghibli. Aún no habíamos bebido nada y estábamos bajando por la calle en busca de un bar que nos proporcionase el vinito que nos merecíamos. Y hacía muchísimo calor, aunque las nubes empezaban a reunirse en el cielo. Para cuando terminásemos nuestras copas (siempre más de una), haría frío y el viento habría empezado a soplar con energía. 
Y tú, sin alcohol que te confesara, me dijiste una de las cosas más bonitas que nunca había escuchado decir a nadie. Sin dramatismos, sin estupideces. Simplemente me lo dijiste. Y yo, como tengo la boca como un buzón de correos, te respondí con un "gracias", y te conté cómo me sentía también. 

Te voy a echar de menos, Lu. Te voy a echar de menos como al respirar. A ti, a tus guisos, pero sobre todo a ti. Pero me llena de energía que tú también empieces a visualizar que en unos meses no voy a estar aquí. Tal vez cuando llegue octubre vuelva la vista atrás y lea estas palabras, pensaré que todo no salió como esperaba y que sigo en Madrid, haciendo cosas que quizá no estaban planeadas. De momento, me limito a escribir con el sentimiento del presente. Me gusta que vayas a echarme de menos, y las palabras que nos dijimos las guardo en ese rincón que es solo nuestro, como tantas cosas a lo largo de estos años. 
Como cada vez que cambio rascacielos por secarrales, estuve increíblemente bien. Siempre me siento acogida y querida cuando estoy contigo, no es algo que a estas alturas no sepas. Porque igualmente te quiero, con sinceridad y energía, con impertinencia y torpeza. Con esa electricidad que suele desquiciar hasta al más pintado y que, sin embargo, hace florecer de nuevo en ti sentimientos que yo espero que nunca se apaguen. Que podemos volver, que nuestro mundo nos pertenece y estamos dispuestas a compartirlo con los demás. Reconozco que tu oferta me pilló desprevenida, pero que en lo más profundo de mi ser esperaba escuchar.

Aún no me he ido. Todavía estoy aquí. 
Quedémonos a pelear con la fuerza que aún nos queda. 

Y, por favor, dame más. Dame más paseos, más vinos al sol, más estupideces hiladas con nuestro humor absurdo, más comidas explosivas y más conversaciones en inglés, en español, en francés si quieres. Pero quédate y no te vayas, porque me quiero hacer vieja contigo, pelleja y cascarrabias, sentadas en un porche al sol y recordando la cantidad de cosas que, estoy segura, vamos a recordar.

Me pones sentimental, maldita. Menos mal que todo esto no te lo digo, porque me llamarías "gili" y, para qué mentirnos, me lo merecería. 

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